WILFREDO CANCIO ISLA
El Nuevo Herald
Cuando en noviembre
próximo presente en la XVII Feria del Libro de Miami su
novela Nuestros años verde olivo, el escritor chileno
Roberto Ampuero (Valparaíso, 1953) podrá contar
ante un público seguramente nutrido por muchos exiliados
cubanos cómo transcurre la vida de alguien movido por
la peregrina idea de exiliarse en Cuba.
La historia personal
de Ampuero es el testimonio de un desencanto político.
Militante de la juventud comunista
chilena (llamada Jota), abandonó su país al producirse
el golpe militar de 1973 y se instaló
en la antigua Alemania Oriental, donde se enamoró fervorosamente
de una estudiante cubana llamada Margarita Flores, hija del entonces
fiscal general de Cuba, Fernando Flores Ibarra, y convertida
después en flamante dirigente de la Federación
de Mujeres Cubanas. El amor lo llevó a La Habana, donde
vivió hasta 1979, cuando reiniciaría un nuevo exilio
en Bonn, Alemania.
Hoy Ampuero es reconocido
como una personalidad indiscutible dentro de la narrativa chilena
contemporánea. Sus tres novelas anteriores sobre Cayetano
Brulé -un detective privado que vive en Valparaíso
y viaja por el mundo investigando casos- alcanzan las 20 ediciones
en Chile.
El éxito
de Nuestros años verde olivo (1999; 395 páginas)
no ha sido menor, con tiradas rápidamente agotadas en
su país, Argentina y España, mientras aguarda una
edición en México y está siendo traducida
al inglés. A medio camino entre el testimonio y la ficción,
el libro saca a la luz pasajes inéditos del exilio chileno
en la enrarecida atmósfera de la Cuba de los años
70.
SILENCIO COMPLICE
"El exilio
chileno en Cuba llegó a varios miles de personas, y mi
libro es el primer relato de ese encuentro entre ambos pueblos",
dijo. "¿Por qué ha reinado silencio sobre
ese encuentro? Creo que se trata de un silencio cómplice,
dictado por el cálculo político".
De acuerdo con su
testimonio, muchos chilenos se sintieron acosados por sus propios
dirigentes políticos en el exilio, sin poder salir de
Cuba. Al mismo tiempo, la dirigencia castrista, que había
sufragado movimientos de ultraizquierda como el MIR (Movimiento
de Izquierda Revolucionaria) y el MAPU (Movimiento Acción
Popular Unitaria) en la época de Allende, estimuló
la formación de jóvenes comunistas chilenos dentro
de instituciones militares cubanas.
"De esos grupos
formados en Cuba surgió a mediados de los años
70 el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, con la
estrategia de lucha armada", explicó Ampuero, quien
fue entonces llamado por la Jota para incorporarse a academias
militares cubanas, pero lo rechazó.
Casi tres décadas
después del golpe militar que terminó con el gobierno
de Salvador Allende en Chile, Ampuero está cada vez más
convencido de la responsabilidad que tuvo el movimiento nacionalista
de izquierda, instigado y respaldado financieramente desde Cuba,
en el dramático desenlace del Palacio de la Moneda.
"La actitud
de los radicales de izquierda tuvo mucho que ver en la quiebra
constitucional de Chile en 1973", comentó Ampuero
durante una entrevista en Miami. "Allende, que fue una persona
muy honesta y muy ingenua también, resultó víctima
de la traición que se fraguó en su contra desde
La Habana, bajo la conducción del fallecido comandante
Manuel Piñeiro, alias Barbarroja".
Entonces Ampuero
era un jovenzuelo idealista hipnotizado por las visiones románticas
de la revolución cubana. En su memoria están frescas
todavía las imágenes de Fidel Castro desplazándose
por Chile y hablando ante una concentración de simpatizantes
en una plaza de Valparaíso durante una larga visita en
1971.
"Llegó
[Castro] con un desparpajo absoluto a dar opiniones y consejos
de cómo debía funcionar el país, y eso no
sólo afectó la autoridad moral de Allende ante
sus ciudadanos; lo peor fue que inquietó sobremanera a
los mandos militares", recordó el escritor.
Ampuero describe
en su libro a personajes de la nomenclatura cubana, desde Fidel
y Raúl Castro, Manuel Piñeiro, el canciller Raúl
Roa y Alfredo Guevara, presidente del Instituto de Cine (ICAIC),
hasta figuras en desgracia como el poeta Heberto Padilla, con
quien estableció una entrañable amistad en esos
años.
DESILUSION
"Mi desilusión
comenzó cuando comienzo a exigir, desde mi organización
comunista en La Habana, libertad de expresión, de asociación,
de desplazamiento y el fin de la represión en Chile",
confesó. "Pero al plantear allí mis demandas
antipinochetistas, me di cuenta de que eran al mismo tiempo anticastristas.
No imité el ejemplo de los líderes comunistas chilenos,
para quienes esas libertades debían exigirse sólo
para los chilenos, no para los cubanos.
"El antipinochetismo
consecuente conducía al anticastrismo radical, a menos
que uno fuese un hipócrita o menospreciara a los cubanos",
afirmó.
Tras codearse con
la cúpula castrista y vivir cerca de los privilegios,
Ampuero se vio un día en la calle. Fracasado su matrimonio
y escéptico de todo lo que oliera a ortodoxia revolucionaria,
se lanzó a la sobrevida habanera, compartiendo la suerte
de los marginados.
ETAPA DE APRENDIZAJE
"Fue una etapa
de real aprendizaje", rememoró el escritor. "Me
percaté de que me faltaba conocer la otra parte de la
vida cubana que no transcurría en [el reparto] Miramar
y los cocteles de embajadas".
Ampuero dice sentirse
sorprendido por la aceptación que su libro ha tenido en
sectores socialistas y socialdemócratas que, hasta hace
poco, simpatizaban con el régimen cubano. Incluso Ricardo
Núñez, presidente del Partido Socialista de Chile,
ha afirmado que Nuestros años... refleja la verdades de
la isla que muchos han preferido callar.
"Si la izquierda
latinoamericana no juzga honestamente el sistema imperante en
la isla, se hundirá por mucho tiempo junto con Castro
cuando el régimen se desplome", manifestó
Ampuero. "Una izquierda que condena a Augusto Pinochet por
haber violado sistemáticamente los derechos humanos durante
17 años en Chile, y que al mismo tiempo elogia o calla
ante el régimen de Castro, que lleva 42 sin haber permitido
jamás un partido ni un diario opositor, es un movimiento
político que carece de autoridad moral".
Sobre una futura
transición democrática en la isla, no cree que
la fórmula chilena pueda funcionar, debido a la personalidad
del gobernante cubano.
HOMBRE Y PODER
"Pinochet antepuso
el país a su destino personal; el problema es que Castro
cree que él es el país", manifestó
el escritor. "Pinochet podía verse a sí mismo
sentado en un sillón del parlamento, integrando una bancada
opositora; Castro no puede vivir sin el poder".
Cuba permanece en
Ampuero como una obsesión cotidiana. Allí conserva
amigos y emociones; allí quisiera irse a vivir en un futuro
postcastrista.
"No es mi segunda
patria, sino mi otra patria", confesó el autor, que
ahora realiza un postgrado en la Universidad de Iowa. "Siento
amor por Cuba y rechazo los intentos de identificarla con el
castrismo. Cuba es imperececedera; el castrismo, temporal.
"Aborrezco
esas preguntas de si estás o no a favor de Cuba, identificándola
con el régimen", afirma. "Uno está siempre
a favor de Cuba, pues está contra el castrismo, que es
lo más anticubano que hay".
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